Como todo viaje, todo comienza en el aeropuerto.La premisa era simple e interesante: volaríamos a Salta con Flybondi para participar en la “prueba en vivo” de la iniciativa de inclusión de personas sordas a través de los videos informativos de las diferentes etapas del viaje en avión realizados en LSA, Lengua de Señas Argentina.
La tarde de Aeroparque siempre tiene movimiento y ese lunes no era la excepción: el constante e intenso hormigueo de pasajeros y personal tiene pocos momentos de calma. Son realmente escasos los momentos de silencio en la terminal aérea con mayor cantidad de operaciones del país. Pensaba en eso cuando me acercaba al grupo con el que viajaría: nunca me había detenido a pensar que, para muchos, el silencio no era una cuestión de horarios.
Desde la comodidad de la presencia de todos los sentidos, uno suele dar por hecho que la experiencia de todos es similar, cuando en realidad casi nunca lo es. Y si bien uno tiene incorporada -y más de una vez trabajada- la empatía, hay particularidades más invisibles. Es difícil desentenderse de una silla de ruedas, pero es una cuestión de ángulos dejar de ver a quien no oye.
Cuando digo ángulos no solo hablo de geometría: también hay ángulos de formación, de experiencia. Hay sesgos, hay miedos, hay ignorancias. Hay prejuicios. Hay aprensiones, hay temor a romper ciertas correcciones políticas, a quedar expuesto, a obviar una convención que no se dice pero está.
Hay palabras que se dicen y otras que no se dicen. Hay tantos circunloquios para evitar decir cosas como los hay para decir cosas. Hay enormes cantidades de condescendencia en una perifrasis. Ya volveré sobre esto.Volvamos al viaje, y a esa concurrida tarde de lunes en Aeroparque.
Ya en la zona de check-in, un cambio: un cartel anunciaba que en un QR había una versión de los videos de la aerolínea en LSA. Así, los pasajeros sordos tienen la chance de descargarlos antes de subir, aunque luego me dijeron que habrá tablets a bordo con los videos por si alguno lo requería.
Los videos no se limitan a la presentación de seguridad: también hay información sobre el proceso de check-in, documentación, equipaje y una serie de indicaciones para facilitar el embarque.
“Sabemos que es un camino complejo pero estamos convencidos de que puede ir teniendo logros e impacto positivos en el corto plazo para mejorar la experiencia de viaje”, dice Lucía Ginzo, Directora de Asuntos Corporativos y Sustentabilidad de Flybondi. “Esta iniciativa, que se centra en la accesibilidad comunicacional, es el comienzo de un programa mucho más amplio que diseñamos durante 2023 y que vamos a implementar en etapas con el objetivo de que la libertad de volar sea cada vez más inclusiva”, agregó.
Allí, mi primer contacto con Matías y Anita, y también con esa primera barrera que había que romper: en mi vida había tenido poco contacto con personas sordas, por lo que francamente no sabía cómo íbamos a comunicarnos. No me cuesta reconocer que estaba nervioso. Estaba Mariana, intérprete de LSA, que oficiaría de puente entre ellos y los demás periodistas, la gente de la empresa y quien escribe. Ya con el grupo debidamente chequeado, enfilamos para la zona de embarque.
En el avión, acomodamos las cosas y nos fuimos ubicando en nuestros asientos. La compañía estaba grabando un video de la experiencia -los videos de seguridad, obviamente, habían sido grabados antes en otro vuelo de la misma ruta- y mientras la demo de seguridad se realizaba como siempre, Anita y Matías la repasaban en el video. Despegamos y un rato después, ya a altura crucero, pudimos movernos y charlar un poco.
“Fue muy movilizante la grabación de los videos” me contaba Cecilia Ibañez, Especialista en Sustentabilidad e Impacto Social de Flybondi. “lograr que una persona sorda viaje sin miedo es emocionante, porque más allá de la mejora de la seguridad individual, los pasajeros sordos se sienten incluidos. Sienten que alguien los ve.” Y me llama mucho la atención que hablemos tanto de ver a un sordo. Me hace preguntarme muchas cosas, y la primera es si eso que dije antes de haber tenido poco contacto con sordos en mi vida era una casualidad o si, simple e inconscientemente, no los vi.
Pasa el carrito de servicio a bordo y aprovechamos para tomar un té y unas galletitas. Anita me regala un caramelo, Matías me hace una pregunta: la entiendo, aunque con absoluta honestidad no sé qué hacer para contestarle. Le hablo, hago señas que no son las de su lengua, pido desesperado por la ayuda de Mariana? Le resultará ofensiva mi falta de habilidad para adaptarme?
Mientras proceso todas esas dudas, pasan segundos. Una catarata de frustraciones se me agolpa en la cara y en las manos: vivo de comunicar, y no sé cómo arrancar. Finalmente, le respondo, hablando bajito, modulando exageradamente y haciendo gestos ampulosos, con una torpeza abrumadora.
Matías me entiende, me agradece. Al principio, siento que gané un poco de confianza, y un instante después llega la que será la primera revelación de todo este viaje: podemos comunicarnos. Es cuestión de animarse y crear el puente. El resto se resuelve.
Llegamos a Salta, vamos al hotel Alejandro I (que también tiene una serie de iniciativas para la inclusión de personas sordas: el personal incorporó la LSA y se desenvuelve con fluidez en el diálogo, y desde lo edilicio y los servicios, tienen herramientas para asistir a sus huéspedes).
Nos cuentan la historia de Alejandro, la inspiración para el hotel: un chico sordo, que murió joven en un accidente. El hotel, moderno, cálido e inclusivo, es un homenaje. Un rato de descanso y nos juntamos a cenar.
Se nos suma Hugo, sordo también, y Verónica, una intérprete local que nos acompañará el resto del viaje. Como me sumo último a la mesa, me siento lejos del grupo de periodistas y personal de Flybondi -Cecilia y Florencia-. Mi silla está al lado de Anita, frente a Hugo y a la derecha de Matías.
Verónica me pregunta si quiero cambiarle el lugar, ya que ella está más cerca del meridiano de la mesa, pegada al sector “oyente” de la cena. Le digo que no, que está bien. Será un desafío, pero están ella y Mariana. Derribemos barreras. O, mejor todavía, construyamos puentes. Ya veremos cómo.
Y mis miedos duraron, como mucho, dos minutos. Puedo decir con total confianza que charlamos -todos con todos- durante horas. Hablamos de aviones -por algo estaba ahí-, de la infancia, de educación, de trabajo, de religión.
Hugo nos cuenta que está por abrir pronto un café que no sólo será atendido por personas sordas, sino que algunos de sus proveedores también son parte de la comunidad. Es una tarea monumental, porque es muy difícil para los sordos acceder a un empleo formal, y crear un ecosistema que genere trabajo directo e indirecto es muy complejo.
Me quedo con algo que dice Hugo cuando hablamos de religión y le pregunto cuál es su relación con Dios, cómo compatibiliza la fe con su sordera. Y de un hondazo me regala la segunda gran revelación de este viaje. “Yo a Dios le agradezco por las cosas que me dio”, me dice.
Y ahí entiendo que a mí oír no me sobra, pero a él escuchar no le falta. “Mi mundo no tiene audio, nada más” me dice Matías, que creó una radio para sordos, que transmite por YouTube. Queda claro que no es una cuestión de carencias, sino de visiones. Sólo hablamos distintos idiomas.
A la mañana siguiente, tras una reunión en el hotel, salimos a recorrer la ciudad, visitamos el Museo Güemes, Verónica y una intérprete del museo nos ayudan a completar el recorrido para que todos tengamos el acceso a la misma información. Pasamos por el Museo de Arqueología de Alta Montaña (MAAM), todos aprendemos cosas nuevas.
Pienso en cuánta información a la que yo accedo queda en el camino por falta de inclusión. Cuánta de esa falta de empatía termina reforzando un ciclo en el que creemos que la razón de ciertas fallas está del lado del excluido y no del nuestro. Mi cabeza, por costumbre, va para el lado de la aviación y empieza a ver oportunidades enormes de mejora.
Esta iniciativa de Flybondi no sólo ayuda a que los sordos viajen más tranquilos, se sientan incluidos, se sientan vistos. También ayuda a que nosotros, los oyentes, miremos. Y una vez que miramos, ya no se puede no ver.
Eso les cuento a Mariana y Matías en el viaje de vuelta a Buenos Aires, cuando me preguntan si viajé mucho. Me dicen “conocés muchas culturas” y les digo que sí, pero que había una que no había visto, y que seguramente es más cercana que otras que requieren de horas y horas de vuelo.
Hay una cultura sorda, de una comunidad sorda, que estuvo siempre y seguramente no podía ver. Tal vez no estaba preparado, tal vez me faltaba empatía, tal vez estoy diciendo esto para intentar justificar esa invisibilidad selectiva. Ya no importa.
Sólo puedo agradecerles a Matías, Anita, Hugo, Mariana, Verónica, el personal del hotel Alejandro I, del Museo Güemes y del MAAM, a Florencia y Cecilia, a Evangelina y Malena por una experiencia inolvidable.
Arribamos a Ezeiza, me esperan Malena (mi perra) y mi mujer. En la vuelta a casa, le cuento atropelladamente todo lo que viví. Se me caen un par de lágrimas, y no fueron las primeras del viaje. No son las últimas, si contamos las de ahora, que aparecen mientras escribo estas líneas.
Y si bien es absolutamente egocéntrico cerrar la crónica de esta experiencia desde un plano personal, entre todos los cambios que generó esta experiencia, hay uno absolutamente tangible. Ya voy por la quinta clase del primer cuatrimestre del curso de Lengua de Señas Argentina.
Ya puedo saludar, deletrear mi nombre y hacer las señas de una decena de palabras. En algún momento tendré mi seña personal. Y más adelante, seré capaz de comunicarme con una persona sorda de igual a igual. Porque en un mundo que no suele escuchar, yo quiero que hablemos.
Excelente nota. Como casi todos (supongo) acá, siempre llego a la pagina por cosas relacionadas con los aviones pero hoy me dejó algo más. Creo que estás haciendo tu aporte para que otros más también veamos aquello que no siempre miramos.