Tal vez debamos comenzar por un importante spoiler alert: para nosotros, la historia no tuvo spoilers. Venimos tratando el tópico del Boeing 737 MAX desde su concepción y el subtema trágico de sus accidentes desde esa mañana terrible de octubre de 2018.
El gran asunto que descubre «Downfall: The Case Against Boeing» en una hora y media lo fuimos develando de a poco durante más de dos años, justamente detrás de las investigaciones de Pasztor y Ostrower (entrevistados en el documental) a las que hay que sumar a Tangel, Gates, Lemme, Hamilton y varios más.
Inclusive habría que agregar a William Langewiesche, que en una editorial de septiembre de 2019 se puso al mundo en contra con una opinión que descarga las culpas en -cuándo no- las tripulaciones. La vieja y confiable salida de culpar a los muertos.
Downfall expone crudamente cómo Boeing empezó a implosionar mucho antes de que cayera el Lion Air 610: todo arranca en 1997, cuando la compañía compra -queda mejor decir «se fusiona», pero bueno- McDonnell Douglas y con ella un directorio más preocupado por el valor de la acción que por la cultura de seguridad que hizo a Boeing lo que era.
Así, Boeing pasó de ser una empresa de ingeniería modelo en la que hasta el último operario que ajustaba una tuerca tenía la chance de decir «tenemos un problema» a un monstruo corporativo que dejaba contentos a los accionistas porque siempre había dividendos. Departamentos de Calidad que empezaron a tener miedo de levantar la perdiz porque las malas noticias se pagaban con telegramas de despido.
El documental de Rory Kennedy -mismo director del excelso «Last Days in Vietnam»- explora sin recurrir a la lágrima fácil la catástrofe antes de la catástrofe: los accidentes como consecuencia de una compañía que cede a sus más bajos instintos. Capitalismo puro y duro. Ganancia sobre seguridad. Costo sobre beneficio.
En ese sentido, Downfall es una obra redonda que cuenta perfectamente la historia que quiere contar y lo hace bien. Al público general le permitirá identificar rápidamente al villano, y ojo: no miente cuando lo encuentra. Boeing es responsable de los accidentes y las muertes.
Inclusive, es más responsable del segundo accidente que del primero porque pudo haber tomado acciones para suspender la operación de los MAX por seguridad y no lo hizo. En las palabras de Pasztor, apostó a que terminaba de producir e implementar el fix de software antes que se caiga otro avión. No llegó.
Desde mi punto de vista, Downfall deja de lado a otro par de actores responsables para concentrarse en la culpa del principal. Cuando habla del accidente del JT610 omite la desastrosa cadena de errores de mantenimiento que permitieron que ese avión vuele.
Apenas dos días antes el vuelo JT043 había experimentado una falla similar, después de cuatro incidentes de fallo del sensor de ángulo de ataque (AOA) que habían motivado el cambio del dispositivo.
Sin embargo, después de varias novedades de mantenimiento, no se consideró necesario profundizar el análisis, o cambiar la Flight Control Computer y hacer un vuelo de prueba. Se lo declaró aeronavegable y se lo cargó con pasajeros para que opere el JT610.
Poco menciona el documental sobre la FAA y cómo se fue relajando en su rol de autoridad aeronáutica y organismo regulador, permitiendo a Boeing auto-certificar sus productos. Hay una enorme combinación de factores técnicos y económicos alrededor, pero si bien la FAA es víctima del ocultamiento sistemático de Boeing bastante hizo por dejarse mentir.
El documental plantea acertadamente que, más allá de las diferencias culturales o de las formaciones de las tripulaciones, el error fatal de Boeing es poner a los pilotos al frente de un sistema que no conocen y esperar que reaccionen dentro de un tiempo imposible. La culpa no puede recaer sobre aquellos a los que se le planteó una situación en la que la salvación dependía de un milagro.
No quedan dudas de la responsabilidad de Boeing en los dos accidentes y en su complejo presente. No es casualidad que todos sus programas tengan fallos y desafíos. No es una coincidencia que la calidad de sus productos esté en tela de juicio, y que los controles de calidad que se encargó de destruir estén en el centro del problema. Hasta los últimos cambios de directorio, Boeing era una empresa de ingeniería que no tenía un ingeniero en la mesa chica.
Queda ver si esos cambios de directorio, que vuelven a sentar personal técnico, son parte de un esfuerzo real por recuperar la cultura del fabricante o si son un simple intento de maquillaje, una venda sobre la herida sangrante.
Downfall presenta el problema al público y, aunque de forma incompleta, muestra que la cultura de excelencia en las grandes corporaciones puede ser una forma de hacer las cosas o un slogan que queda bonito. Tal vez lo más importante que le faltó contar es que para Boeing, esta caída por el momento sólo se desaceleró. Para revertirla, faltan muchos años de operación impecable del 737 MAX.